El equipo de alpinismo liderado por Luis Hernández y su inseparable amigo Javier, emprendieron su aventura en las cumbres de Monte Perdido en el verano de 2005. Habían llegado desde Madrid con la ilusión de conquistar una de las cumbres más altas de los Pirineos. La jornada fue larga y extenuante, pero lograron alcanzar la cima en su tercer día de travesía.
El descenso resultó ser más difícil de lo imaginado por ellos. Una fuerte tormenta los sorprendió de repente y les cayó encima en una zona muy complicada del descenso. Se resguardaron como pudieron, pero la noche los alcanzó y el frío se volvió insoportable. El agotamiento y la falta de visibilidad los dejaron perdidos, sin saber hacia dónde estaban.
Realizaron una llamada de emergencia y, aunque la ayuda tardó en llegar, finalmente los rescatistas los encontraron en una grieta del glaciar. Los trasladaron en helicóptero hasta el hospital más cercano, donde se recuperaron de la hipotermia y las lesiones causadas por la caída.
Desde entonces, Luis y Javier no habían regresado a la montaña. Hasta que, tres años después, una noticia en los periódicos los impactó. Habían descubierto restos humanos en el glaciar de Monte Perdido, cerca de donde ellos habían tenido su accidente.
Luis y Javier no podían dejar de pensar en la posibilidad de que los restos pertenecieran a algún alpinista que hubieran conocido en sus años de expedición. Decidieron viajar juntos a Huesca para colaborar con las autoridades en lo que pudieran.
Al llegar, se enteraron de que los restos eran de un alpinista alemán llamado Kulosa, cuyo expediente de desaparición era el más antiguo en la lista de personas perdidas en el Pirineo. Luis y Javier se emocionaron al saber que no se trataba de nadie conocido, pero al mismo tiempo se sintieron conmovidos por la tristeza de los familiares de Kulosa, quienes habían estado buscando al alpinista durante todo este tiempo.
Los dos amigos fueron a colaborar en las labores de búsqueda, y gracias a su experiencia en la zona, lograron encontrar una pequeña mochila que contenía algunas pertenencias de Kulosa. El equipo forense, después de realizar pruebas de ADN, confirmó que los restos encontrados correspondían al alpinista francés. Luis y Javier se sintieron agradecidos por haber podido contribuir a cerrar un capítulo en la historia de Kulosa y su familia. La experiencia les había dejado una sensación de tristeza, pero también de empatía hacia aquellos que habían perdido a un ser querido en las montañas.
Desde entonces, Luis y Javier han vuelto a la montaña, pero lo hacen con una perspectiva diferente. Ahora, además de disfrutar de la naturaleza, se aseguran de llevar siempre consigo un equipo de seguridad completo y de estar preparados para cualquier eventualidad. La montaña sigue siendo su pasión, pero ahora también es un lugar de respeto y prudencia.